¡Que hermosos recuerdos que duelen tanto!


Tengo memorias que como en un carrusel se despliegan en mi mente.

No, no las puedo ver como cuando ocurrieron, como repasando una película de esas de antaño, porque un día, en mi juventud, la vitrina de mi mente se rompió; y no lo supe sino hasta que no pude recordar la primera vez que dijo "papá" mi primer retoño. Tampoco pude traer de mi memoria las imágenes vívidas del primer baile de mi segunda princesa. Todo es fotografía, cuadros, imágenes que ya no puedo distinguir si son recuerdos de esas hermosas ocasiones o si son memorias de las fotografías que de ello existen.

¡Que hermosos recuerdos que duelen tanto!

Duelen porque son pasado, ese que no vuelve y que se ha disfrutado tanto. Duelen porque son imágenes inertes, llenas de color pero con aroma a sepia. Duelen porque no se mueven por más que intento arrancarlos del portarretratos que mi memoria ha construido alrededor de ellos. Duelen porque parecen tan lejanos, como si solo hubieran ocurrido en mis sueños. Duelen porque cada que los busco en mi memoria, aparecen un poco más diluidos y decolorados que la última vez. Duelen porque al no ser claros, me hacen sentir que, aunque estuve allí constante y casi permanente, dejé solo una huella superficial en la vida de mis princesas y no supe disfrutar al máximo ese tiempo que Dios me regaló a su lado. Y aunque sé que eso no es necesariamente cierto, mi memoria me juega bromas crueles que lastiman.

Si tan solo Dios me regalara un día de recuerdos vívidos y frescos, me sumergiría en ellos hasta el último minuto, aunque ellos quedaran después, nuevamente, como un álbum de fotos arrumbado junto a los demás en el ático de mi memoria.

¡Que bendición del Señor que aun así, mis recuerdos no se hayan borrado del todo!

¡Que hermosos recuerdos que duelen tanto!

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